20 diciembre 2022

Dossier nº 7. Sesión del 19 de diciembre de 2022

 ARTICULO 1

Jaume Asens, presidente del grupo de Unidas Podemos en el Congreso, "Malversación, sedición y democracia", El diario, 15 de diciembre de 2022, Malversación, sedición y democracia (eldiario.es)

• Ni la malversación ni la sedición protegen “el orden constitucional”. El propio Tribunal Supremo descartó en su sentencia que lo ocurrido en el 2017 en Catalunya fuera un golpe al orden constitucional

• Sánchez reforma los delitos de sedición y malversación convencido de que Catalunya será su principal activo electoral

Ha ocurrido lo esperable. El debate sobre la reforma de la malversación y la derogación de la sedición ha permitido a la derecha política y mediática desempolvar su viejo manual de soflamas incendiarias. Ciertos barones del PSOE e incluso el expresidente Felipe González o Alfonso Guerra se han sumado a las críticas. Como antes con los indultos, se ha hablado de “desprotección al orden constitucional”, de “amnistía encubierta”, de “atentado a la democracia”, de “intromisión al poder judicial” e incluso de “traición a España”, “autoritarismo” o “golpe de Estado”.

No hace falta ser un experto en Derecho para advertir la inconsistencia de esa forma exaltada de ver las cosas. En primer lugar, porque ni la malversación ni la sedición protegen “el orden constitucional”. El propio Tribunal Supremo descartó en su sentencia que lo ocurrido en el 2017 en Catalunya fuera un golpe al orden constitucional. Se trataba – según los jueces – de un problema de orden público.

En segundo lugar, porque adaptar el ordenamiento jurídico a los estándares de los países de nuestro entorno no es ningún “atentado a la democracia”. Por lo contrario, hacerlo es una cuestión de higiene democrática. La sedición se redactó en el primer Código Penal español de 1822. Se ha mantenido prácticamente inalterado desde entonces hasta nuestros días, totalmente ajeno a la realidad histórica actual. Hablamos de otro mundo. Un mundo muy lejano que sobrevivía, Borbones aparte, en nuestro ordenamiento jurídico con un delito utilizado por el franquismo para perseguir a sus opositores. Por eso, era una reliquia del pasado sin parangón en Europa. Con su derogación se siguen los pasos de países como Italia o Alemania. Con la reforma de la malversación, el ordenamiento español se pone también a la altura del derecho comparado. En concreto, se sigue el modelo de países como Italia, Francia o Portugal.

En tercer lugar, la reforma penal no implica una “amnistía encubierta” hacia el independentismo. La cuestión va más allá del conflicto catalán. La sedición era una espada de Damocles sobre el derecho de protesta. En el pasado se intentó aplicar sin éxito a ciertas movilizaciones, pero tras la sentencia el Supremo en el procés, una huelga general u otras movilizaciones de masas podían interpretarse como actos de sedición. Con la intención de condenar a los líderes independentistas, los jueces forzaron la ley hasta el punto de desfigurar el contenido esencial del derecho de manifestación.

Con la misma intención, el PP aprobó en el 2015 una reforma para desfigurar también el delito de malversación. Lo recordaba Ignacio Escolar en estas páginas. La norma se redactó ad hominem para perseguir a los líderes independentistas. Se hizo contra la oposición del resto de formaciones políticas. Incluso contra la opinión del propio Consejo de fiscales y el CGPJ, de mayoría conservadora. Se equiparaba fenómenos diferentes, con desigual desvalor social, con igual reproche penal. Eso generaba -decían jueces y fiscales - inseguridad jurídica. No es lo mismo robar dinero público que hacer un gasto público desviado, excesivo o no suficientemente justificado. Un ejemplo es el del alcalde que desvía una partida presupuestaria para hacer un polideportivo a pagar nóminas a los funcionarios. En un caso hay una apropiación indebida, con ánimo de lucro, de recursos públicos y en el otro no hay ánimo de lucro. Cuando se condena con la misma contundencia hechos de diferente gravedad se vulnera principios básicos que deben regir en el derecho penal como el de proporcionalidad o intervención mínima. De hecho, con el actual acuerdo del PSOE y ERC se rebaja de 8 a 4 años de cárcel lo que antes de la reforma del PP solo se hacía con una pena de multa.

Hay que recordarlo, una y otra vez, normalizar una injusticia abre las puertas a todas las injusticias que la siguen. Cuando se adoptan medidas excepcionales para neutralizar a los adversarios políticos, luego se normalizan los abusos y la pendiente resbaladiza de recortes de derechos queda expedita para el resto. El caso de la sedición es claro. Sin su derogación, en el futuro un grupo de sindicalistas o de la PAH podían ser considerados sediciosos. Por eso, derogarlo era una exigencia de colectivos de defensa del derecho a la vivienda, sindicatos como UGT y CCOO, entidades de derechos humanos como Amnistía Internacional pero también de organismos internacionales. El año pasado, el informe de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa pidió acabar con ese delito “obsoleto”. Lo mismo sucede con el delito de malversación. Con la reforma del PP, se abrió la puerta a que el lawfare contra los ayuntamientos progresistas pudieran tener consecuencias nefastas, con penas de cárcel de hasta 8 años incluidas. No es casualidad que sea una de las artimañas predilectas del activismo de derechas para judicializar políticas innovadoras de izquierdas. Buen ejemplo de ello son las diversas causas impulsadas por sectores ultras contra el gobierno de Ada Colau en Barcelona o de Manuela Carmena en Madrid.

En último lugar, aprobar esta reforma tampoco es una “intromisión al poder judicial”. Es un paso inevitable para abordar el conflicto abierto en Cataluña desde que la derecha política y judicial rompió de modo unilateral el pacto territorial de la transición con la anulación de la sentencia del Estatuto. Cualquier propuesta de desbloqueo de ese desaguisado político pasaba por deshacer el legado de judicialización del PP.

El Consejo de Europa lo recordó también en su informe sobre la condena a los líderes independentistas. En democracia los problemas políticos “deben resolverse por los medios políticos”. Lejos de ser una “intromisión al poder judicial”, recuperar el protagonismo de la política es una obligación democrática. En una democracia manda el imperio de la ley, no el imperio de los jueces. Es el Congreso de Diputados quién debe legislar y los jueces aplicar su voluntad. Esa es la base de la separación de poderes que la derecha parece ignorar.

Derogar la sedición, doscientos años después, era una obligación democrática. Las reliquias del pasado como esta son para los museos, no para las leyes de un país europeo. Lo mismo sucede con la reforma parcial de la malversación del PP. Cuando en la lucha contra el independentismo, se hacen interpretaciones sesgadas de la ley o se aprueban normas ad hoc de carácter excepcional, se consolida un “derecho penal de autor” inspirado en una antigua y nunca apagada tentación totalitaria: la idea de que debe castigarse no por lo que se ha hecho sino por lo que se es. Un Estado de derecho digno de ese nombre no puede permitirse esa renuncia. Mandar a la cárcel a quien, sin recurrir a la violencia, lidera un proceso político como el vivido en Catalunya durante el 2017 constituye una auténtica derrota del Estado de derecho. Con la actual reforma penal, se da un paso importante para desjudicializar el conflicto y volver a la normalidad política. Por eso, hoy la democracia española es más fuerte que ayer. 

CUESTIONES PARA EL DEBATE

• ¿Qué te parece el artículo? Cosas positivas y negativas que ves en él.

• ¿Son aceptables las reformas que se están haciendo sobre los delitos de malversación y sedición?

• ¿Te parece que esas reformas podrían tranquilizar el problema catalán o empeorarlo?

• ¿Cuál te parece la mejor solución? 

ARTICULO 2

BERNA GONZÁLEZ HARBOUR, José Antonio Marina: “Que se haya puesto de moda la felicidad es catastrófico”. El filósofo repasa en un nuevo libro la historia a partir de los deseos y las emociones, El País, 04 DIC 2022, José Antonio Marina: “Que se haya puesto de moda la felicidad es catastrófico” | Cultura | EL PAÍS (elpais.com)

La historia, esa gran recopilación de acontecimientos con la que intentamos entender el pasado a partir de ángulos, miradas, documentos, fechas, guerras, imperios, alianzas, traiciones y una sucesión de hechos tantas veces golpeados por el relato de los vencedores, tiene una aproximación novedosa, original. El filósofo José Antonio Marina (Toledo, 83 años) la recorre a partir de las emociones, los deseos y las pulsiones que acechan la búsqueda de felicidad en El deseo interminable (Ariel). En este nuevo libro, aborda las emociones que están detrás de los actos humanos y que, por tanto, han configurado el relato del pasado.

“La tecnología está creando una pasividad peligrosa”

Pregunta. ¿El deseo es el principal motor de la historia?

Respuesta. Es el gran motor. Toda la historia está movida por las motivaciones.

P. ¿También Hitler y Putin están movidos por esto?

R. Las acciones están generadas por deseos, pasiones y miedos, es decir, por el mundo afectivo. Hay personas que toman decisiones movidas por sus deseos concretos, y, cuando agregan a los demás, se producen deseos colectivos. Eso da lugar a los movimientos de la historia. Putin, por ejemplo, ha decidido la guerra de Ucrania movido por un deseo de ejercer el poder, de proteger su dinero, la grandeza de Rusia, vengarse de Occidente… Lo que quieras, pero es un deseo y solo después están los argumentos. En su último discurso para justificar la guerra despertó en el pueblo ruso el miedo a Occidente, la necesidad de recuperar la grandeza de Rusia y la movilización que deseaba. Los argumentos solos no movilizan, necesitamos que enlacen con deseos. Estamos hablando de poder, uno de los grandes deseos que intervienen en la historia y ninguno se mantiene solo por la fuerza, tiene que movilizar la obediencia de los súbditos. También el régimen nazi estuvo basado en la obediencia, como ahora el chino.

P. ¿Está fracasando Occidente a la hora de conseguir la autoridad moral de sus líderes para sostener la credibilidad del sistema?

R. Después de una época de auge de las democracias, hoy vemos una especie de desconfianza, y ese es el gran fallo del mundo occidental. Por eso están apareciendo las democracias iliberales, con líderes fuertes que llevan hasta al límite la legalidad. Pasó con Trump, Bolsonaro, Erdogan, Putin, Orban, Kazynkski… De repente, empiezan a tener atractivo dentro de las democracias. Los occidentales no estamos reconociendo los grandes logros conseguidos y hay una desconfianza excesiva en el sistema que entronca con la nostalgia del líder fuerte. Consideramos a China solo como potencia económica y tecnológica cuando resulta que es una potencia ideológica muy fuerte que está haciendo proselitismo de su modelo. Estamos tan sumamente obsesionados por la economía que no nos damos cuenta de esto, de hasta qué punto las propuestas teóricas de Xi Jinping están calando.

P. ¿Cuál es el problema de los occidentales desde el punto de vista de las emociones? Nos sobran razones y argumentos, pero falta adhesión a nuestro modelo.

R. Tenemos una vida política excesivamente emocional, que genera una polarización muy grande. No hemos conseguido, por ejemplo, tener una emoción relacionada con el término Europa, o con “democracia”. Ahí hemos fallado. Y fácilmente volvemos a lo ancestral. Los centros emocionales están muy profundos en el cerebro y cambian muy lentamente. En cambio, los centros cognitivos están en la corteza y lo hacen muy rápidamente. Por eso, podemos cambiar muy rápido de ideas y no de emociones, y las más viejas pulsan por salir. Por eso, las guerras funcionan siempre igual: quiero destrozarte, sufro y quiero vengarme. Son emociones viejísimas que emergen en el momento en que el control cognitivo desaparece. Hoy las columnas de huidos de Jersón llevan móviles, pero están huyendo exactamente igual que siempre. Nuestros sistemas emocionales no cambian, estamos atascados en un primitivismo.

P. ¿Por qué estamos tan polarizados?

R. Por la misma razón por la que ha aumentado la importancia de la identidad. Una de las emociones más ancestrales de la humanidad es la pertenencia al grupo. En un mundo globalizado eso empieza a perderse, lo que genera miedo y la gente quiere volver a sentirse identificada con su grupo. Una de las formas que tiene un grupo de cohesionarse es oponerse a otro.

P. El enemigo exterior.

R. Todo el enfrentamiento de ideologías que hoy se produce es de confirmación. Eso es lo que ha hecho Putin con Occidente, somos los malos. En nuestro caso, la polarización está basada en la identidad política y social: el valor que doy al pasado respecto al futuro, la confianza en la tradición, el miedo a la novedad. En un grupo conservador como Vox, por ejemplo, eso hace que se junten personas muy diferentes. ¿Qué tiene que ver estar contra el aborto con que te guste la caza o los toros o que estés contra los gais? La cohesión está en los valores eternos y todo lo demás es peligroso. Y si buscas un enemigo refuerzas al grupo. El otro hace lo mismo. El carácter conservador y el progresista se heredan, se ha escrito mucho sobre ello, pero hay un componente fisiológico en el conservador que es que prefiere evitar el castigo y por ello el riesgo, quiere volver a lo seguro; mientras que el progresista prefiere conseguir el premio, se arriesga, innova. El problema es: ¿y no hay nadie en medio? Un centro exige estar siempre valorando conductas distintas y es lo menos cómodo. En España no ha funcionado.

P. ¿Somos más fratricidas, estamos más polarizados?

R. No creo que España sea especial. Se da en Francia, en Reino Unido. Lo que pasa es que en ocasiones aquí se hace más violento.

P. Por ejemplo, en la Guerra Civil.

R. Es uno de los casos típicos, no puedes entenderla si no entiendes las pasiones, los deseos, los miedos, el espectro emocional de ese momento. Azaña lo dijo: la rebelión de Franco está producida por el miedo.

P. ¿Cuáles son hoy las grandes emociones?

R. Las de hoy, ayer y siempre son las mismas y son universales: la pena, la alegría, el enfado, el miedo y el asco. Son de todas partes y a partir de ahí las culturas van creando variaciones o sentimientos más complejos. En el diccionario español hay más de 650 sentimientos. Todas las variaciones de la tristeza en la cultura española son la nostalgia, melancolía, abatimiento, culpa… La nostalgia es tan moderna que la palabra no existía hasta el siglo XIX. Y hoy la más extendida es el miedo. El miedo y el sentimiento de identidad.

P. ¿Nuestro modelo de precariedad no está generando desafección?

R. Sí, en unos grupos y adherencia en otros. Las nuevas tecnologías te permiten filtros burbuja para relacionarte solo con aquellos con los que queremos: los gais, los trans, los católicos, las lesbianas… Estamos globalizados y desarrollados en unas cosas y volviendo al terruño en otras. Y eso muchas veces produce trastornos.

P. ¿No hemos progresado?

R. Vivimos más tiempo, las enfermedades se controlan mejor, mueren menos madres e hijos en los partos, hay menos hambre en proporción al pasado, hay más escolarización. Pero se producen colapsos terribles y se viene todo abajo. El siglo pasado, dos guerras mundiales, genocidios que empiezan en Armenia y terminan en Ruanda, hambrunas gigantescas con millones de muertos como la de Ucrania, provocada por Stalin, y la de China, la violación de las mujeres como arma de guerra que vemos otra vez… En cuanto se resquebraja una especie de barniz moral que tenemos, emerge de repente un personaje que me da miedo.

P. ¿El colapso ético hoy es posible?

R. Sí, es posible. Ocurrió no hace tanto tiempo en la nación más culta, tecnológica y científicamente más avanzada que era Alemania. La gente que mató a cinco millones de judíos no eran enfermos mentales. Era gente corriente que de repente vio desaparecer toda la estructura legal y ética. Y aparecieron emociones muy peligrosas. Las hay peligrosas y hay otras protectoras como la compasión.

P. Marx definía la felicidad como la lucha, otros como bienestar. ¿Cómo lograr que la búsqueda de felicidad se convierta en algo provechoso para la colectividad?

R. Hay dos tipos de felicidad: en minúsculas y en mayúsculas. Pero desde el siglo XVIII nos hacemos conscientes de otra, la felicidad social, pública, la única en que podemos coincidir, que nos lleva a preguntarnos: ¿en qué modelo queremos vivir?, ¿queremos estar protegidos por el derecho o que impere la fuerza?, ¿ser compasivos o feroces?, ¿contar con los demás o vivir aislados? Y una vez que tengo ese marco de derechos y de compasión, me dedico a buscar mi felicidad privada. La idea de felicidad enlaza con la idea de justicia, que es la felicidad social. Tengo que compaginar las dos cosas y darme cuenta de que, aislado, tengo muy pocos recursos, voy a estar a merced del más poderoso, por lo que tengo que colaborar a un marco de felicidad social que me proteja. Y esa es la dialéctica que olvidamos con demasiada facilidad. En Ucrania, por ejemplo, no se puede ser feliz porque tengo un marco de absoluta infelicidad pública que se ha ido perfilando desde la Revolución Francesa con el Estado de bienestar. Algo que contaba Heródoto es que cuando moría el rey de Persia durante cinco días quedaban abolidas todas las leyes. La gente podía matar, robar, violar. ¿Para qué? Para que se dieran cuenta de que necesitaban estar protegidos por leyes. Y eso lo olvidamos. La idea neoliberal o ultraliberal de un Estado de derecho es que nadie se meta en mis derechos porque van a alterar mi libertad. No saben lo que están diciendo. Usted necesita a los demás para realizar sus derechos.

P. Imperan el individualismo y la desigualdad.

R. Por eso es una sociedad muy conflictiva. Que se haya puesto de moda la felicidad es catastrófico, porque se está diciendo a cada uno que piense en su felicidad psicológica y se rompe la relación de la felicidad con la justicia, con la ética y con la felicidad pública. Es una vuelta al narcisismo. Se está encerrando a la persona en su felicidad y rompiendo el lazo con la felicidad social. Las propuestas de la psicología positiva son ferozmente reaccionarias y antiéticas. Estamos en una pobreza intelectual y un absoluto colapso del pensamiento crítico. La filosofía está absolutamente en crisis, pensando en aforismos y cositas y extendiendo desde las universidades americanas que no podemos inquietar a los alumnos. Y el pensamiento crítico inquieta.

P. ¿Qué debemos hacer?

R. Tenemos que rearmarnos intelectualmente, tenemos un barullo conceptual tremendo. Hay un descrédito de la verdad desde la propia filosofía, porque la verdad no se puede alcanzar; desde los religiosos, porque la verdad es revelada; desde los políticos, porque han aparecido las fake news; desde las universidades, porque aparece la verdad relacionada con la identidad y no es universal. Eso puede acabar demoliendo grandes conquistas como la democracia o la ética que se basa en verdades universales. La crisis del pensamiento crítico es tan brutal que tenemos que hacer una campaña de reivindicación de la verdad como algo que se puede conseguir. La verdad es difícil y la gente dice “¿para qué me voy a esforzar, si cada uno tiene la suya?”. Eso al final solo servirá para que valga la ley del más fuerte.

 CUESTIONES PARA EL DEBATE

• ¿Se puede conseguir la verdad?

• ¿Nuestra sociedad está demasiado anclada en la felicidad individual? ¿Es necesaria la felicidad social para que un individuo tenga felicidad personal?

• ¿Lo que tenemos es solo una especie de barniz moral que puede colapsar?

• ¿Lo profundo de nuestro ser humano son las emociones y las ideas son algo más superficial? ¿Podemos cambiar fácilmente de ideas, pero las emociones están enraizadas en mayor profundidad y son difícilmente modificables?